Fidel Castro y el Dr. Francia
Friday 17 September, 2010
Manuel Hinds
Elsalvador.com, El Salvador
No hay la más mínima duda de que Latinoamérica ha progresado mucho en los dos siglos que han pasado desde que se dieron los primeros gritos de independencia, como el que celebró México el 16 de septiembre. Este progreso, sin embargo, ha sido mucho menor que lo esperado. En 1810 parecía que Latinoamérica se desarrollaría muy rápidamente. Era una región de repúblicas jóvenes, aparentemente listas para convertirse en sociedades libres, ricas y desarrolladas social y políticamente.
Pero no fue así. Cuando Latinoamérica se independizó y por cincuenta años más, sólo había un país industrializado: Inglaterra. Durante los últimos treinta años del Siglo XIX se industrializaron Estados Unidos, Alemania, Francia y otros países europeos, y Japón se encontró ya muy avanzado en el proceso. En la segunda mitad del Siglo XX, se industrializaron Singapur, Corea del Sur y Taiwán, mientras que Tailandia y Malasia avanzaron significativamente en su proceso. En el cambio al Siglo XXI, China e India sorprendieron al mundo con sus rápidas tasas de crecimiento. Y la América Latina sigue estancada.
Hay gente que cree que este estancamiento ha terminado. Últimamente la región ha comenzado a crecer rápidamente, y la economía más grande de la región, Brasil, ha sido identificada como el foco de un nuevo milagro como el chino o el indio. La idea de que Latinoamérica ya está despegando nos conviene a todos porque atrae inversiones. Sin embargo, todo indica que el despegue no se está dando.
Como ha pasado tantas veces en los últimos doscientos años, el alto crecimiento está basado en el boom de los precios de los productos primarios que el crecimiento de China ha generado. Este boom va a terminar cuando el crecimiento de China se nivele. En ese momento todos los países de Latinoamérica verán revertidas sus tasas de crecimiento y pueden experimentar serias crisis, como tantas que ha habido en circunstancias similares. Es decir, la economía de la región no se ha independizado de los productos primarios y permanece igual que lo que era en 1810. Ha crecido, pero no ha evolucionado hacia la industria y los servicios que llevan a grandes aumentos en productividad, que son la fuente del desarrollo y la riqueza. En esta dimensión, estamos como empezamos.
Ya está mal que estemos estancados económicamente. Pero también estamos estancados en términos del desarrollo político. Los gobiernos de las nuevas repúblicas latinoamericanas se caracterizaron por ser liderados por caudillos que subían al poder prometiendo paraísos sólo para perpetuarse en el poder en tiranías que reprimían el progreso. Finalmente todos los países desarrollados no se sentaron a esperar que un gran líder los llevara al desarrollo, sino que tomaron su destino en sus propias manos. Su ejemplo nos enseña que lo que necesitamos no son líderes mágicos sino instituciones que aseguren la libertad, el control del gobierno por la ciudadanía y la formación de capital humano. Si no entendemos esto, vamos a pasar otros doscientos años en el mismo estancamiento.